sábado, septiembre 30, 2006

(De)población

Me encanta tomar desayunos pausados leyendo la prensa y perderme por los rincones más insospechados de Internet. Empiezo con el correo electrónico, luego la prensa y después los blogs (por este orden: ¡cuántos blogs no son sino recocidos de noticias publicadas en los periódicos!). Pero pronto me desvío en un link y comienzo a vagar por la red sin ningún motivo. Y es que la red es a veces el complemento perfecto para la mente. Esa ruta misteriosa que guía tantas veces nuestros pensamientos de una idea a otra sin sentido aparente es y puede ser muy similar al deambular ocioso entre las páginas-idea de la web.

Hoy estaba viendo -sin motivo aparente- los datos de población mundial que se manejan en Estados Unidos. He encontrado una página de la oficina del censo americano que publica el ranking incluyendo predicciones hasta el 2050. Mi duda inicial era saber la población americana frente a la Unión Europea (290 vs. 450m). Luego me he quedado maravillado al descubrir que China tiene nada menos que 1310m y la India 1110, lo cual explica punto por punto las nacionalidades de mis compañeros de clase. No sabía, por ejemplo, que Indonesia es el cuarto, Paquistán sexto y Bangladesh séptimo (Brasil es quinto).

España ocupa el puesto trigésimo con 40m... al menos en el año 2006. En el 2026 según la encuesta seremos 39m de españoles (puesto 40) y en el 2050 quedarán 35m (puesto 49). Suerte que las estadísticas pueden fallar con buenas políticas migratorias.

miércoles, septiembre 27, 2006

Teo en el consulado

Acabo de regresar del Consulado Español en Nueva York. Se supone que todos los españoles de bien y residentes en el extranjero (es decir, no turistas) deben inscribirse en el consulado más cercano. El objetivo "oficial" es poder recibir información electoral y votar, tener un censo medianamente veraz (?) y poder evacuar a la población española en caso de emergencia (después de vivir el apagón en NY ya no descarto nada). Extraoficialmente suele servir para recibir -muy de cuando en cuando- alguna invitación para fiestas españolas en las que suele haber jamón gratis (lo cual, obvio decirlo, es mucho más importante que la asistencia de cualquier famoso).

El consulado está en el piso treinta de un rascacielos bastante lujoso, de ésos que tienen pantallas LCD en los ascensores (ver imagen adjunta) justo enfrente del cirque de Bloomberg y a un par de manzanas del cubo de Apple (o Central Park SE, vaya). Imaginaba yo mi oficina patria medianamente decente, quizás incluso algo lujosa (cuestión de imagen: todos los neoyorkinos vienen aquí para sacar la visa). ¡Pero qué sorpresa! Se abren las puertas del ascensor y al fondo del pasillo aparece una réplica exacta de la oficina de tráfico de Valladolid. El mismo suelo de linóleo, los mismos mostradores horribles, el enorme espacio vacío donde montar el campamento y hacer cola (no había nadie), los bics atados con cadenitas de metal para evitar tentaciones, las paredes con carteles de fiestas regionales olvidadas... y todo esto con vistas de infarto al midtown de Manhattan.

¿Existirá un decreto-ley (o decretazo) que imponga a las oficinas públicas españolas esos suelos desencantados? ¿Quién se dedica a poner cadenitas a los bolígrafos? ¿Cómo los dueños del rascacielos permiten semejante cutrerío? Spain is different.

sábado, septiembre 23, 2006

Manhattan...

Capítulo primero.
Él adoraba Nueva York. La idolatraba desproporcionadamente.

Contemplaba toda aquella gente mirando a través de las infinitas ventanas, aprisionada en los vagones del metro, descendiendo las calles durante la noche en millones de taxis amarillos, soñando todos ellos con destinos desconocidos, ocultando secretos que en cualquier otro lugar del mundo serían delitos. Contemplaba todo aquel caos de gente y lugares, aquella escandalosa mezcla de alegría y tristeza, de miseria y opulencia, de vida, de vida siempre, y le encantaba. Es normal -se dijo. Despues de todo quiero vivir en la ciudad.

Capitulo primero.

Hacía poco más de un mes que estaba viviendo en Nueva York. Tras un par de semanas de intensa desesperación había conseguido alojamiento en el corazón de Manhattan, en pleno Broadway, Boogie Boogie (aquí). A dos pasos de Washington Square. Donde el East Village se junta con el West Village (en sentido horizontal) y el Noho se funde con el Soho (en sentido vertical). En la Puerta del Sol de Nueva York, vaya.

Compartía un gran loft con una pintora en la cincuentena aficionada al dibujo abstracto ("Pollock minimalista"- diría él con desproporcionada generosidad) y a teorías conspiratorias sobre el gobierno americano. Durante el verano pintaba cuadros llenos de transparencias (sic) dejando que los restos de pintura y lienzos rotos se acumularan en la casa. En el invierno enseñaba a falsificar Da Vincis a niños de diez años y corbata cuyos padres seguramente tendrían ya algún Da Vinci original en sus casas.

Capitulo primero.

Adoraba regresar de copas el domingo de madrugada, comprar el gigantesco Sunday Times, desayunar tranquilamente leyendo todos los suplementos y después irse a la cama vencido por el sueño. O bien, caso de haber regresado temprano la noche anterior, levantarse temprano y disfrutar del periódico mientras tomaba el bruch en algún local del Village.

Amaba pasear por las calles de la ciudad creyendo inscribir gigantescas letras sobre el pavimento de Manhattan, como si fuera el protagonista oculto de una novel de Auster. Unos días fingiría ser aquel intelectual universitario que rebusca libros sobre geopolítica en las estanterías de Strand y compra americanas con coderas en tiendas de segunda mano. Otros, un artista underground del Village persiguiendo al batería de los Strokes para que le haga famoso o intentando camuflar una petaca llena de whiskey a la puerta del bar. O quizás ése escritor reconocido -pero no reconocible- que pasea por el SOHO buscando un cuaderno azul importado desde Portugal. Y es que en Nueva York podía ser una persona distinta en cada barrio, en cada esquina. Y eso quiere decir que podía serlas todas, o ninguna, según le apeteciera. Esta es su historia, la historia de todas ellas.


Adoraba también recordar otros días, otras ciudades. A todos los amigos que esperan en alguna parte y que quizás lean ahora estas líneas escritas para todos ellos, para aliviar la distancia y el tiempo del reencuentro.