miércoles, octubre 25, 2006

Violación capilar

Ir a la peluquería en Nueva York puede salir más caro que un billete de avión al Caribe. Si en los sitios más famosos llegan a cobrar más de $600 por corte, la misión que me propuse el otro día era la de encontrar un sitio barato y dentro barrio. ¿El lugar?: Astor Place Hairstylist. ¿El precio?: $12. ¿El corte? Umm... ¡hace un frío en esta ciudad!...

El lugar se encuentra en un sótano sin ventanas, bajo un gran cartel, y al entrar parece una peluquería de las que tantas veces he visto en el cine americano de los cuarenta, algo deliciosamente típico. Un montón de peluqueros de orígenes diversos, rozando la senectud, trabajando cada uno en un "puesto" junto a la pared. Este puesto incluye una silla desgastada de color rojo, un espejo sucio con fotografías de la parienta, de los hijos y estampitas del Sagrado Corazón, y unas tijeras de cortar el pescado. Sorprendentemente, también suele incluir un cliente. En este caso yo.

Nada más llegar me asignaron un tal Marco, un hombre casi en la tercera edad que me preguntó con un fuerte acento cómo quería el corte. Yo normalmente respondo algo abierto, "creativo", "con movimiento", etc. pero en este caso y visto el percal di instrucciones precisas que fueron precisamente ignoradas. Veo una bandera de Cuba y le pregunto si viene de allí. Empezamos a hablar en castellano. Me informa sobre dónde comprar aceite español (Carbonell en New Jersey, donde hay una comunidad de cubanos...). Yo intento confraternizar para ver si le caigo bien y se esfuerza un poco más (léase algo). Error. Erreur. En lugar de cortarme el pelo mueve las tijeras en el aire, las cierra distraídamente pero se queda a centímetros de mi pelo. Entonces, con la confianza, se pone a contarme la vida de su abuelo, un castellano que emigró, construyó un imperio de transporte y fue despojado de sus bienes por el régimen Castrista. Yo asiento a todo, nervioso, con ganas de salir corriendo, dando la razón, poniendo muecas de conmiseración. El se va calentando. Y de pronto me suelta... "Es que Castro era español". Y entonces, miedo. Terror. Terreur. El viejecito con las tijeras se convierte en un criminal. O casi. Me pregunta si quiero gel y yo -que llevo asintiendo par default media hora- digo que sí. Entonces mete los dedos en un bote con algo blanco y pringoso y me lo pone en los cabellos. Noto los pelos estremecerse. Reprimo un aullido. Me da una palmadita en la espalda y me dice que voy muy elegante...

La pesadilla ha terminado. Llego corriendo a casa, me lavo la cabeza y juro ahorrar hasta poder permitirme un peluquero normal o dejarme barbas hasta que regrese a España.

miércoles, octubre 18, 2006

Teo en el supermercado

Aunque los neoyorkinos son conocidos por sus diminutas cocinas y su poca afición a cocinar -hay muchos que ni siquiera desayunan en casa- les encanta ir al supermercado y pasar las horas mirando con cara de gourmets el aporte calórico de cada producto y fingiendo decidir con el mejor criterio (realmente, precio o colorines de la etiqueta). Es un deporte nacional llenar el carro de productos "light" y colocar encima un enorme helado de chocolate y la consiguiente bolsa de Doritos (con sus infinitas salsas) recuperando así el equilibrio universal.

La elección, alas, es compleja. Por poner un ejemplo... ¡la leche!. Distinguen aquí entre Cream (algo así como nata líquida, la ponen mucho en el café) y leche propiamente dicha, que puede ser según el grado de tratamiento artificial 1) Orgánica; 2) Semi-orgánica o 3) Normal, y según el contenido de calorías 1) full, 2) half and half, 3) skim, 4) 2% fat o 5) non-fat. No hay que olvidar tampoco otras variedades de leche, en especial de soja y la "non-dairy" (o "no láctea" - ¿cómo puede ser la leche no láctea?). Una locura, vaya. (Se buscan inversores para introducir leche al Pi % de grasa en este país).

¿Los precios? En general comprar comida en Manhattan sale más caro que ir de restaurantes (baratos) a no ser que recurras a subproductos locales. Si decides comprar alimentos orgánicos entonces hay que preparar la tarjeta de crédito (¿a quién le importa? a 1 millón de dólares por un estudio no se van a preocupar por la lista de la compra...). Hay, con todo, algunas tiendas que casi se salvan, como el supermercado Trader Joes, las pescaderías de Chinatown (con suerte) y tiendecitas escondidas por el barrio.

Pero quien intente conseguir productos españoles aquí, abandone toda esperanza en la frontera. O mejor dicho, en Italia. En cualquier supermercado hay decenas de variedades de aceite italiano y ni una de aceite español. Y ocurre lo mismo con el vino. Los únicos productos "españoles" que he localizado en supermercados genéricos son jamón serrano "revilla", chorizo "palacios", queso "el gran capitán" y vino "marqués de riscal" (mejor no digo los precios, pero os los podéis imaginar). Con 300 millones de americanos -ayer llegaron a esta cifra- creo que los productores españoles deberían ponerse las pilas. Por ellos... y por mí, que ayer abrí una botella de vino blanco de las bodegas Coppola y casi me desmayo de la náusea. ¿Alguien me envia un Rueda? ;-)

viernes, octubre 13, 2006

El huevo de Colón

El frío ha llegado ya a Nueva York y en la segunda ciudad más grande del Estado -Buffalo, más pequeña que Valladolid- incluso ha caido una copiosa nevada. Aquí, de momento, sólo llega el viento, pero es más que suficiente para que casi todos hayamos sacado el primer abrigo (de pana) e iniciemos el invernal camino hacia el abrigo de paño, el abrigo de piel, y, finalmente, el abrigo de mantas (renunciando a salir de casa: aquí es posible, siempre que una avioneta no te abra un boquete en medio del salón, claro). La semana ha estado, no obstante, repleta de anécdotas. Cuento una.

El pasado lunes fue Columbus Day (semi-festivo) y aquí todos los años se hace un gran desfile a lo largo de la Quinta Ave. Yo decidí verlo desde el Rockefeller Center. Primero -eso sí- aproveché para comprar en la Librairie de France (foto) el ya famoso pelotazo literario de la temporada, "Les bienveillantes" (pronúnciese con be no con uve) y recibir un sablazo de los que hacen época: $65 dólares (ahora entiendo por qué no tenía etiqueta...). Dicen que está a la altura de Houellebecq, ya os contaré si merece la pena (aunque sus 1000 páginas me llevarán su tiempo).

Después me puse a ver el desfile creyendo que se trataría de una pseudo-apología de cultura hispánica (el "descubrimiento", "américa latina", etc. etc.) pero me equivoqué de lleno. Es una pseudo-apología, de eso no hay duda, pero... ¡italiana!. Por lo visto los italoamericanos están convencidos de que Colón era italiano (lo cual es probable) y han decidido que el día de Colón (el cual es el 12 de octubre... aquí todos los festivos van al lunes) sea también, ya que nos ponemos, el día de Italia. ¡Cómo si no tuviesen los italianos personajes históricos más... italianos para conmemorar! Considero que la cosa empezó a desmadrarse cuando vi con éstos mismos ojos una carroza con las tres carabelas en cartón-piedra llevando sendas banderas... ¡italianas! Justo cuando estaba empezando a despotricar mentalmente contra semejante atropello alguien cerca de donde estaba (algún turista, digo yo) gritó "Viva España" (sic), momento en el que decidí irme y dar el desfile por completado.

El problema, más allá de Colón, es que los americanos creen que fue Italia quien descubrió -o mejor, se tropezó con- América. Y estoy hablando, que conste, de gente con su diploma universitario en humanidades. Ante mi evidente pregunta "¿y por qué en América no se habla italiano?" se quedaron tiesos... ver para creer. Si San Genaro levantara la cabeza...

jueves, octubre 05, 2006

Semele

Esta tarde he ido a la New York City Opera a ver Semele, el oratorio/ópera de Handel. Aunque hoy era el último día de la producción, he conseguido un par de entradas para estudiantes a muy buen precio ($16 frente a los $75 que cuestan normalmente). Por lo menos en esta ciudad los estudiantes tienen su pequeño lugar (aunque sea como "futuros consumidores").

El oratorio/ópera cuenta la historia de Semele (mitología griega). A grandes rasgos, Semele se enamora de Zeus y sube con su amado a los cielos dejando plantado al novio. Inmediatamente Hera, la mujer de Zeus, promete una doble vengaza (doble, pues hay ofrenta al matrimonio en general -como "institución" de la que ella es garante- y a su matrimonio en particular -adulterio, vaya). Semele quiere ser inmortal y Hera, haciéndose pasar por su hermana, le aconseja obligar a Zeus a mostrarle su verdadero ser. Esa misma noche Semele se aprovecha de la pasión de Zeus para hacer que prometa concederle un deseo y le pide que se muestre sin su forma humana. Semele no sabe que ver a un dios "in se" supone la muerte inmediata (umm, ¿otra "coincidencia" entre mitología y ciertas religiones monoteístas?).

La interpretación de la historia que hace esta producción es muy ingeniosa. Semele es Marilyn Monroe, Zeus es J. F. Kennedy y Hera es Jackie. Desde este punto de vista mucho del diálogo y situaciones cobran una refrescante perspectiva (Semele exige a Kennedy reconocimiento oficial, etc.) que sorprende frente al algo tedioso (argumentalmente) oratorio inicial. El nivel musical en general bastante bueno, destacando Semele.

domingo, octubre 01, 2006

Jesus Camp

Ayer fui con una amiga al Angelika -que está al lado de casa- a ver "The Science of Sleep", la última película de Michael Gondry (el director de la irregular "¡Olvídate de mi!"). Era mi segundo intento y esta vez tampoco hubo suerte: las entradas estaban agotadas para todas las sesiones. Algo normal, teniendo en cuenta las buenas críticas y que solamente ponen la película en dos cines. Es increible que haya más cines de "arte y ensayo" en Madrid que en Nueva York. Luego nos extrañamos de que el cine americano sea como es...

Al final acabamos viendo "Jesus Camp", un documental sobre el poder de los evangelistas americanos (Bush es uno de ellos) y los campamentos que organizan en verano para lavar el cerebro a sus hijos. Yo me quedé atónito viendo a niños de doce años llorar a moco tendido pidiendo perdón al "Señor" por sus "pecados" y totalmente convencidos de su papel como soldados (¿talibanes?) en la cristiandad americana.

sábado, septiembre 30, 2006

(De)población

Me encanta tomar desayunos pausados leyendo la prensa y perderme por los rincones más insospechados de Internet. Empiezo con el correo electrónico, luego la prensa y después los blogs (por este orden: ¡cuántos blogs no son sino recocidos de noticias publicadas en los periódicos!). Pero pronto me desvío en un link y comienzo a vagar por la red sin ningún motivo. Y es que la red es a veces el complemento perfecto para la mente. Esa ruta misteriosa que guía tantas veces nuestros pensamientos de una idea a otra sin sentido aparente es y puede ser muy similar al deambular ocioso entre las páginas-idea de la web.

Hoy estaba viendo -sin motivo aparente- los datos de población mundial que se manejan en Estados Unidos. He encontrado una página de la oficina del censo americano que publica el ranking incluyendo predicciones hasta el 2050. Mi duda inicial era saber la población americana frente a la Unión Europea (290 vs. 450m). Luego me he quedado maravillado al descubrir que China tiene nada menos que 1310m y la India 1110, lo cual explica punto por punto las nacionalidades de mis compañeros de clase. No sabía, por ejemplo, que Indonesia es el cuarto, Paquistán sexto y Bangladesh séptimo (Brasil es quinto).

España ocupa el puesto trigésimo con 40m... al menos en el año 2006. En el 2026 según la encuesta seremos 39m de españoles (puesto 40) y en el 2050 quedarán 35m (puesto 49). Suerte que las estadísticas pueden fallar con buenas políticas migratorias.

miércoles, septiembre 27, 2006

Teo en el consulado

Acabo de regresar del Consulado Español en Nueva York. Se supone que todos los españoles de bien y residentes en el extranjero (es decir, no turistas) deben inscribirse en el consulado más cercano. El objetivo "oficial" es poder recibir información electoral y votar, tener un censo medianamente veraz (?) y poder evacuar a la población española en caso de emergencia (después de vivir el apagón en NY ya no descarto nada). Extraoficialmente suele servir para recibir -muy de cuando en cuando- alguna invitación para fiestas españolas en las que suele haber jamón gratis (lo cual, obvio decirlo, es mucho más importante que la asistencia de cualquier famoso).

El consulado está en el piso treinta de un rascacielos bastante lujoso, de ésos que tienen pantallas LCD en los ascensores (ver imagen adjunta) justo enfrente del cirque de Bloomberg y a un par de manzanas del cubo de Apple (o Central Park SE, vaya). Imaginaba yo mi oficina patria medianamente decente, quizás incluso algo lujosa (cuestión de imagen: todos los neoyorkinos vienen aquí para sacar la visa). ¡Pero qué sorpresa! Se abren las puertas del ascensor y al fondo del pasillo aparece una réplica exacta de la oficina de tráfico de Valladolid. El mismo suelo de linóleo, los mismos mostradores horribles, el enorme espacio vacío donde montar el campamento y hacer cola (no había nadie), los bics atados con cadenitas de metal para evitar tentaciones, las paredes con carteles de fiestas regionales olvidadas... y todo esto con vistas de infarto al midtown de Manhattan.

¿Existirá un decreto-ley (o decretazo) que imponga a las oficinas públicas españolas esos suelos desencantados? ¿Quién se dedica a poner cadenitas a los bolígrafos? ¿Cómo los dueños del rascacielos permiten semejante cutrerío? Spain is different.

sábado, septiembre 23, 2006

Manhattan...

Capítulo primero.
Él adoraba Nueva York. La idolatraba desproporcionadamente.

Contemplaba toda aquella gente mirando a través de las infinitas ventanas, aprisionada en los vagones del metro, descendiendo las calles durante la noche en millones de taxis amarillos, soñando todos ellos con destinos desconocidos, ocultando secretos que en cualquier otro lugar del mundo serían delitos. Contemplaba todo aquel caos de gente y lugares, aquella escandalosa mezcla de alegría y tristeza, de miseria y opulencia, de vida, de vida siempre, y le encantaba. Es normal -se dijo. Despues de todo quiero vivir en la ciudad.

Capitulo primero.

Hacía poco más de un mes que estaba viviendo en Nueva York. Tras un par de semanas de intensa desesperación había conseguido alojamiento en el corazón de Manhattan, en pleno Broadway, Boogie Boogie (aquí). A dos pasos de Washington Square. Donde el East Village se junta con el West Village (en sentido horizontal) y el Noho se funde con el Soho (en sentido vertical). En la Puerta del Sol de Nueva York, vaya.

Compartía un gran loft con una pintora en la cincuentena aficionada al dibujo abstracto ("Pollock minimalista"- diría él con desproporcionada generosidad) y a teorías conspiratorias sobre el gobierno americano. Durante el verano pintaba cuadros llenos de transparencias (sic) dejando que los restos de pintura y lienzos rotos se acumularan en la casa. En el invierno enseñaba a falsificar Da Vincis a niños de diez años y corbata cuyos padres seguramente tendrían ya algún Da Vinci original en sus casas.

Capitulo primero.

Adoraba regresar de copas el domingo de madrugada, comprar el gigantesco Sunday Times, desayunar tranquilamente leyendo todos los suplementos y después irse a la cama vencido por el sueño. O bien, caso de haber regresado temprano la noche anterior, levantarse temprano y disfrutar del periódico mientras tomaba el bruch en algún local del Village.

Amaba pasear por las calles de la ciudad creyendo inscribir gigantescas letras sobre el pavimento de Manhattan, como si fuera el protagonista oculto de una novel de Auster. Unos días fingiría ser aquel intelectual universitario que rebusca libros sobre geopolítica en las estanterías de Strand y compra americanas con coderas en tiendas de segunda mano. Otros, un artista underground del Village persiguiendo al batería de los Strokes para que le haga famoso o intentando camuflar una petaca llena de whiskey a la puerta del bar. O quizás ése escritor reconocido -pero no reconocible- que pasea por el SOHO buscando un cuaderno azul importado desde Portugal. Y es que en Nueva York podía ser una persona distinta en cada barrio, en cada esquina. Y eso quiere decir que podía serlas todas, o ninguna, según le apeteciera. Esta es su historia, la historia de todas ellas.


Adoraba también recordar otros días, otras ciudades. A todos los amigos que esperan en alguna parte y que quizás lean ahora estas líneas escritas para todos ellos, para aliviar la distancia y el tiempo del reencuentro.