sábado, septiembre 23, 2006

Manhattan...

Capítulo primero.
Él adoraba Nueva York. La idolatraba desproporcionadamente.

Contemplaba toda aquella gente mirando a través de las infinitas ventanas, aprisionada en los vagones del metro, descendiendo las calles durante la noche en millones de taxis amarillos, soñando todos ellos con destinos desconocidos, ocultando secretos que en cualquier otro lugar del mundo serían delitos. Contemplaba todo aquel caos de gente y lugares, aquella escandalosa mezcla de alegría y tristeza, de miseria y opulencia, de vida, de vida siempre, y le encantaba. Es normal -se dijo. Despues de todo quiero vivir en la ciudad.

Capitulo primero.

Hacía poco más de un mes que estaba viviendo en Nueva York. Tras un par de semanas de intensa desesperación había conseguido alojamiento en el corazón de Manhattan, en pleno Broadway, Boogie Boogie (aquí). A dos pasos de Washington Square. Donde el East Village se junta con el West Village (en sentido horizontal) y el Noho se funde con el Soho (en sentido vertical). En la Puerta del Sol de Nueva York, vaya.

Compartía un gran loft con una pintora en la cincuentena aficionada al dibujo abstracto ("Pollock minimalista"- diría él con desproporcionada generosidad) y a teorías conspiratorias sobre el gobierno americano. Durante el verano pintaba cuadros llenos de transparencias (sic) dejando que los restos de pintura y lienzos rotos se acumularan en la casa. En el invierno enseñaba a falsificar Da Vincis a niños de diez años y corbata cuyos padres seguramente tendrían ya algún Da Vinci original en sus casas.

Capitulo primero.

Adoraba regresar de copas el domingo de madrugada, comprar el gigantesco Sunday Times, desayunar tranquilamente leyendo todos los suplementos y después irse a la cama vencido por el sueño. O bien, caso de haber regresado temprano la noche anterior, levantarse temprano y disfrutar del periódico mientras tomaba el bruch en algún local del Village.

Amaba pasear por las calles de la ciudad creyendo inscribir gigantescas letras sobre el pavimento de Manhattan, como si fuera el protagonista oculto de una novel de Auster. Unos días fingiría ser aquel intelectual universitario que rebusca libros sobre geopolítica en las estanterías de Strand y compra americanas con coderas en tiendas de segunda mano. Otros, un artista underground del Village persiguiendo al batería de los Strokes para que le haga famoso o intentando camuflar una petaca llena de whiskey a la puerta del bar. O quizás ése escritor reconocido -pero no reconocible- que pasea por el SOHO buscando un cuaderno azul importado desde Portugal. Y es que en Nueva York podía ser una persona distinta en cada barrio, en cada esquina. Y eso quiere decir que podía serlas todas, o ninguna, según le apeteciera. Esta es su historia, la historia de todas ellas.


Adoraba también recordar otros días, otras ciudades. A todos los amigos que esperan en alguna parte y que quizás lean ahora estas líneas escritas para todos ellos, para aliviar la distancia y el tiempo del reencuentro.

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